Un
adiós es un adiós. No me gusta la frase “esto no es un adiós, es
un hasta luego”. No soy partidario de las expresiones
tibias. Tampoco
soy partidario de los abrazos a medias ni de las sonrisas rotas. Me gusta el café solo corto sin azúcar y
el arroz con leche espeso. Siempre ha sido así y no es buen momento para
cambiar. Las cosas coherentes deben de tener un propósito. El propósito del
blog se ha desvirtuado. El blog se acaba. No hay otra.
Esto
no significa que deje de lado la afición de mi vida: la gastronomía. Una afición que tiene claros y oscuros.
Oscuros: popularización del "gastroaficionado" sin bagaje, carente de gusto y guiado por modas, cierre de
cocinas que verdaderamente llegan al alma, catalogación social errónea, cenas
excelentes con gente equivocada y cenas equivocadas con gente excelente, recomendaciones que no son escuchadas, estulticia generalizada del cliente medio
acrítico, asociación irracional con el dilapidador caprichoso, conceptualización ignorante de pertenecer a la parte más esnobista de este mundo, miedo de los anfitriones que cocinan cuando lo que quieres trasciende de la
propia comida y sobretodo escaso apego por lo nuestro y crítica sin
razón de lo no nuestro.
Los claros son: la perdiz a la prensa en Horcher,
trasladarse a otro mundo en la mesa de DiverXO, hablar con Diego Guerrero al
terminar la (su) pecera, la ilusión de encontrar el Bohío en la carretera,
sentir la fuerza de Abraham antes de un festín de cine, el Equipo Navazos, el
té con buñuelos en Embassy y sin buñuelos en el Savoy, las torrijas de
Chantilly y la de la Cabra, el menú del día de U Kucharzy, la merluza de la
Trainera, Telmo, el açaí na tijela de aquel garito de Leblon,
la feijoada con mis padres en el Bar do Mineiro, el diseño de LAN en medio del
caos pekinés, la Zaragoza gastronómica, el ritual de las noches con Conthé,
probar por primera vez el soufflé Alaska de Solla y la sardina de Marcelo, los
blancos atlánticos con las navajas de Abastos, el Zacapa X.O. después de la
cena, LBV con gallegos, el deseo de volver a Carril en invierno, o Laranjeira
con Julio, San Sebastián de restaurantes no de "pintxos", las cenas
(muchas) improvisadas en StreetXO, la verdura de la Manduca, el Teyedu, el
senegalés de Lavapiés, el café solo portugués con su tostada con mantequilla,
el mediodía de un martes y la tortilla de patatas de Jurucha, los callos con
frío, los guisos del Lago de Sanabria, las empanadas con tango en La Recoba,
las cenas a las tres en la calle San Lorenzo, el curry rojo de Sudestada,
Zalacaín, Japón en Velázquez, los desayunos en condiciones, las cañas en las
terrazas de Malasaña y las charlas de las cenas con manzanilla pasada y amigos
en Chamberí.
Me
lo he pasado en grande todo este tiempo. Las cosas como son. La vida es breve
como para comer y beber mal (Seguramente esto ya lo dijo alguien con motivo de algo pero, la verdad, es que me importa un comino quién fuera y a cuento de qué lo dijera). Las circunstancias me condicionan y no
escribiré más en Al Pan, Pan y al Vino, Vino, pero estarán otros que lo hacen mejor que yo. Jesús
en No Soy Otro Gourmet os dirá cómo hacer las cosas bien en Madrid, en
Barcelona os tenéis que dejar guiar por Philippe Regol y, fuera de aquí,
José y Elise os llevarán por su casa, Brooklyn y NYC, con Spanish Hipster. Si
buscáis conocimiento y acervo cultural hablad con Carlos y leed su Joie deVivre. Además, Marta se dedica a esto: trasmitir experiencias culinarias.
Weirdo os radiará dedicación y vocación. El vino es monopolio de unas pocas
voces autorizadas: Luis, Víctor y Joan. Todo esto es así y no tiene discusión
posible.
Yo
me marcho a otro panorama, otra gastronomía, otra gente, otra etapa, otro
proyecto y, en definitiva, otra vida. Seguiré, pero no aquí. Seguiré en @campoamor Por
ahora, me voy escuchando a Tete Montoliu y su “In a sentimental mood”.
Hasta otra, no. Adiós. Gracias.